Entrevista: las mutaciones del virus 15M
“No nos vamos, nos mudamos a tu conciencia” decía un cartel el día en el que terminaba la acampada de Sol. Esa toma de conciencia, esa transformación del 15M en una especie de “virus” que muta y se hace más resistente, es la espina dorsal del relato que hacen Silvia y Patricia del país que surgió después de las acampadas. Esa metamorfosis se traduce en victorias pequeñas, como parar desahucios o frenar privatizaciones en el ámbito de la salud; una toma de la palabra, donde ahora se habla de cosas distintas a las de antes; una mayor participación de la ciudadanía en los asuntos públicos y políticos; y, en algunas ocasiones, incluso en un cambio de vida de muchos involucrados. Por contra, también se ha producido, en estos últimos años, una mayor represión y una gran dificultad en sostener los niveles de implicación y entrega que implicaban las plazas.
El 15M también atravesó las vidas de Silvia y Patricia:
Silvia es escritora y, desde el 15M, también un activista cultural. Ha desarrollado proyectos colaborativos de investigación, como #Bookcamping o Sexo Hipster, y ha publicado cuentos y libros para niños. También colabora en medios de comunicación como Diagonal, eldiario.es y Carne Cruda, y pertenece al colectivo de comunicación y género “Pandora Mirabilia”.
Patricia Horrillo es una periodista independiente y reciente feminista que, en los primeros días del 15M, contó a través de blogs y tweets lo que estaba sucediendo en las calles y plazas de Madrid. La experiencia le supuso un cambio de vida que le llevó a participar en proyectos tales como 15m.cc y 15Mpedia.org. Apasionada de la comunicación y las redes sociales, también ofrece talleres en Radio Guerrilla Radio y Wikimujeres.
Patricia Horrillo y Silvia Nanclares
¿Sigue vivo, y cómo, el legado de las plazas?
Es un hecho que a día de hoy la presencia en las calles y el número de protestas ha disminuido. Por un lado, por cierto desgaste (aquel nivel de implicación era en un punto insostenible), por otro, por “especialización”, por ejemplo, la entrada en las instituciones de nuevos partidos y plataformas electoralistas ha hecho que muchas activistas hayan cambiado el entorno de lucha o incluso el foco, llevado hacia determinadas luchas como las que llevan adelante las células de la PAH, centradas en el derecho a la vivienda. Pese a estos factores, sigue habiendo un tejido ciudadano revitalizado que no ha dejado de crecer y diversificarse.
La trastienda del sistema ha ido quedando al descubierto y la percepción de éste ya nunca será igual, al menos para gran parte de la sociedad. Ha sido como hacernos mayores de edad en lo político. A día de hoy, estructuras creadas durante las semanas de la acampada, como el periódico Madrid 15M, Ágora Sol Radio o 15Mpedia, siguen trabajando y reivindicando la lucha de la ciudadanía también fuera de gobiernos nacionales y autonómicos. Se han creado nuevos proyectos, espacios de socialización, tanto en redes como en las ciudades y pueblos, muchas veces efímeros pero con la capacidad de aportar un montón de modos novedosos de hacer las cosas, de pensar, de expresarnos, de entender la ciudad y las relaciones sociales… Todo esto se ve vivo en colectivos de muy diversa índole, con un espíritu similar en lo relacionado con el cuidado de lo cercano, las redes vecinales, los espacios de convivencia, la reivindicación de espacios comunes…
Lo que pasó tras la finalización de la acampada en la Puerta del Sol muchas lo describimos como la transformación del espíritu del 15M en una especie de “virus”. Ese virus se estaba extendiendo pese a los mecanismos de protección del sistema, encargados de demonizar a toda costa cualquier actitud de cuestionamiento del mismo. Sin embargo, la propia crisis facilitaba que un mayor número de personas vieran una realidad cruda en la que la falta de trabajo estaba haciendo estragos en una generación que nos creíamos tener el pan asegurado. Esa toma de conciencia, esa capacidad de ver al otro a pesar de la masa, esa necesidad de sentirnos acompañados y reconocernos en una búsqueda colectiva de un cambio de modelo en el que los cuidados tengan un papel central son los diferentes legados de las plazas. Y como todo buen virus, no ha dejado de mutar y de hacerse cada vez más resistente.
¿Cuáles han sido los efectos, los logros o las victorias (más o menos visibles) de los movimientos de las plazas?
Ha habido una doble consecuencia en términos políticos y sociales: por un lado, se ha puesto en cuestión después de más de 30 años la “modélica” Transición y se ha desarrollado un análisis crítico con respecto a lo que se abordó y se tapó en ese proceso; por otro, se ha visto la necesidad de crear estructuras de partido a distintos niveles para abordar las instituciones y cambiar el sistema desde dentro. Con mayor o menor éxito, el panorama político ha dado un cambio que durante 2011 se hacía imposible.
Otra victoria importante podría ser la de la toma del discurso, el cambio de la conversación, un cambio de actitud que se puede medir en muchísimos ámbitos, desde hace cinco años se habla de política en todas partes, aunque eso también haya pasado por la espectacularización y tertulianización de todos los debates. Ahora escuchas en la radio y en la tele cosas que antes sólo eran imaginables en asambleas activistas o debates sesudos. Ha sido una mezcla de efervescencia creada del choque entre el sentido común y la formación política.
El 15M actúa como una especie de gasolina para la movilización social así como para que partidos un poco novedosos consigan poner en crisis el sistema del 78, y aún no sabemos si saldrá una derrota o una victoria (no solo en las urnas sino en la cultura, en las formas de vivir). Aún así, hay muchas victorias pequeñas: parar desahucios, ocupar espacios como centros sociales, frenar los procesos de privatización de la salud (Hospital de La Princesa), activar el tejido de barrio, de poblaciones que no estaban en la escena activista (mayores, jóvenes, ¡hasta niños y niñas!)… Estos hitos o realidades han dado fuerza para que otras muchas cosas hayan podido ocurrir, por ejemplo, parar la reforma retrógrada de ley del aborto.
¿Cuáles dirías que han sido las características del movimiento que pueden ser más importantes, más fecundas, para el futuro de la política de transformación social?
Muchas nos hemos dado cuenta en este proceso de que la desactivación de los movimientos vecinales durante los años 80 con el gobierno del PSOE ha sido en parte lo que nos ha llevado a vivir en una sociedad descreída de los partidos. La lucha y reivindicación en las calles y plazas, la conquista de derechos y de espacios públicos, no deberían estar supeditadas a la urgencia del momento. Delegar el gobierno de lo propio y dejarlo en manos de los representantes políticos, sean quienes sean, implica no hacernos responsables de nuestro presente o nuestro futuro. Esta crisis debería ayudarnos a reconfigurar las prioridades de nuestras vidas y poner en el centro de las mismas la defensa de lo colectivo y la construcción de un sistema basado en las personas y no en el crecimiento económico y en la competitividad.
Hay aprendizajes que han quedado de aquellos días en las plazas y que aparecen ya en el plano discursivo de los partidos políticos: los compromisos de transparencia o la búsqueda de la participación de la ciudadanía en procesos más abiertos suponen una conquista aunque muchos utilicen esas ideas meramente como marketing. Al verse obligados a “modernizarse” y a adquirir nuevos compromisos con la ciudadanía, los partidos han asumido en sus programas elementos que rompen con la opacidad de sus estructuras. Ese hackeo no será inmediato pero inicia un proceso de cambio que no tiene marcha atrás.
El asamblerismo como práctica “natural” de la política. En adelante, al menos entre las personas que vivieron el 15M directamente en la plaza (probablemente una minoría que no explica por sí misma el movimiento) la organización política pasa necesariamente por “montar una asamblea”. También sería interesante replantearse cómo incluir en la protesta a población migrante o a la gente más joven, que poco a poco se ha ido descolgando de las movilizaciones.
Los movimientos de las plazas fueron acontecimientos que activaron una creatividad ilimitada. ¿Qué efectos ha tenido esta explosión en el campo cultural, en el campo de la creación y la expresión?
Es verdad que como dijo el cómico Ignatius Farray, la política es el nuevo rock and roll. En estos cinco años, ha habido una crítica muy fuerte a fases previas de nuestra historia cultural (los 90, los dosmiles) como períodos donde la cultura estaba completamente fuera (en muchos ámbitos) del discurso cultural. Como reacción, un montón de artistas (desde Nacho Vegas a Amaral) se han impregnado en sus letras y en sus modos de hacer de lo que estaba pasando en la calle. Cineastas y escritoras han dado voz en sus obras a los conflictos que estaban aconteciendo fuera. Y los que no, se han sentido interpelados a situarse.
Pero también es cierto, que desde el punto de la movilización, la lucha cultural se ha quedado mucho en la capa de la lucha sectorial y parece que ha abierto pocas vetas relevantes (al menos, dentro de lo mainstream). El establishment artístico se ha limitado a sumarse a la politización desde reivindicaciones muy reformistas como la bajada del IVA. Aunque también es cierto que se han dado batallas laborales contra la precarización (estamos pensando en los técnicos de los teatros públicos) del trabajo cultural (en muchos casos autoprecarización en el caso del cognitariado), parece que la cultura como estamento se ha visto un poco menos impermeabilizada, si bien está en el centro de la diana de la crítica a la Cultura de la Transición. Ser “progre” se ha convertido en un ejercicio todavía más difícil de impostar.
Dicho esto, otra dura guerra se está librando en la implementación de políticas públicas y programas que permitan ese traslado de lo que Luis Moreno Caballud llama “culturas de cualquiera” que fue característico del 15M. Hitos como la Cabalgata de Reyes de Madrid, los Carnavales o la Ley de Memoria Histórica (por hablar del caso del Ayuntamiento de Madrid, que es el que mejor conocemos), nos muestran cómo lo cultural es un campo de batalla muy productivo para construir relatos que beneficien al poder instalado (que va mucho más allá del número de concejales). Así la cultura popular se sitúa de golpe en el punto de mira de quienes quieren seguir perpetuando un estado de cosas beneficioso para los de arriba.
En otro orden de cosas, pero también parte de la cultura, hemos vivido un proceso de desacralización salvaje de la comunicación política. El humor como creación cultural y herramienta de transmisión política se han hecho una constante sin vuelta atrás. Y nos parece fundamental algo que está muy en la base del movimiento, que es optar por una cultura de la paz y la democracia en respuesta a la violencia de los recortes y a la precarización de la vida, en lugar de una reacción de odio o violencia que sí se está dando en otros países en los que partidos declaradamente xenófobos están creciendo.
La politización nueva que se dio en las plazas, ¿cómo se encarna en las conversaciones, los comportamientos, la intimidad? ¿Qué cambios ha producido en la sensibilidad, en el sentido común, en los afectos?
Diferenciamos entre plaza y movimiento. Desde el punto de vista de la gente que vivió las plazas o más intensamente el movimiento, éste supuso que “la vida le cambiara”. Hay algo clave: hacer política atravesó a mucha gente que nunca la había hecho hasta ese momento, con lo que eso supone para la personalidad, la distribución del tiempo, las relaciones personales (nuevos amigos y dejar la amistad con otras personas), etc. Hay gente que radicalizó esto, experimentando con la vida en los márgenes (por ejemplo desahuciados que comenzaron a okupar, gente que comenzó a participar en centros sociales o “buenos ciudadanos” que vivieron procesos judiciales duros, lo que implica un cambio en la subjetividad muy fuerte y no siempre visible).
Ampliando el marco, a gente que no vivió las plazas porque no estuvo, porque en su ciudad o pueblo no hubo un movimiento reseñable o estuvo protagonizado por movimientos viejos, puede haber más dudas de que el movimiento supusiera un cambio en la sensibilidad, el sentido común o los afectos. El 15M pudo reforzar la sensación de rechazo a la política tal y como se presenta en la sociedad del espectáculo (una actividad de políticos) pero el encantamiento con otras formas de hacer política tuvo muchos límites en este segmento cuyo apoyo al movimiento tuvo también un componente cínico o destructivo.
Por último, vivir el movimiento a través de los medios de comunicación, tal y como se usan y funcionan en España, supuso una aceptación a través de la sentimentalización poco política (pensamos, por ejemplo, del “drama de los desahucios” que ha competido sin conseguir vencer a la narrativa de la responsabilidad individual en el endeudamiento personal).
¿Por medio de qué caminos se ha tratado de desactivar la potencia de los movimientos y de las nuevas formas de politización?
Se intentó criminalizar al movimiento y convertirlo en algo despreciable para el conjunto de la ciudadanía desde el primer momento, una vez que invisibilizarlo no era posible por más tiempo. Cuando en la madrugada de la segunda noche de permanencia en la Puerta del Sol los antidisturbios sacaron a la fuerza de la plaza a las personas que pacíficamente se habían quedado para hablar, se generó el efecto contrario. Su violencia engendró nuestra activación pacífica pero rotunda: acampar. Sin embargo, el miedo es la herramienta más utilizada para desactivar a la sociedad porque es la más efectiva. Sobre todo en España, con un miedo estructural que hemos heredado de nuestros abuelos y nuestros padres. Ese “no te signifiques” (el “no tuitees” en el siglo XXI) representa el miedo a la represión policial durante el franquismo y que, aún sin dictadura, sigue estando presente.
En la calle, ha habido y hay represión policial. La mera presencia de furgones y antidisturbios en multitud de concentraciones pacíficas busca una doble función: a los que están protestando para identificarles, controlarles y amedrentarles; y a los que observan desde fuera o a través de los medios de comunicación para que les llegue un mensaje claro de que la protesta es algo violento y las personas que lo hacen, peligrosas. La llamada ‘ley mordaza’ es la forma en la que el gobierno ha materializado la criminalización de la protesta pacífica. Las multas a personas con pocos o nulos ingresos nos obligan a pensarnos dos veces si apoyar una movilización en la calle, por muy legítima y necesaria que sea. Esa es una estrategia nueva que busca mantener a la gente en sus casas y evitar a toda costa que nos apoyemos unas a otras en la calle.
La otra novedad en términos de represión está unida a la anterior: la (auto)censura. Convertir en punibles cuando se hacen explícitos ciertos pensamientos, ideas o, incluso, manifestaciones artísticas ha conseguido que muchas dejemos de expresar libremente aquello que pensamos. Casos paradigmáticos como los tuits de humor negro de Guillermo Zapata o el uso de un cartel en una obra de títeres con el texto “Gora alkaETA” (y que precisamente denunciaba la criminalización de las víctimas del sistema), y la persecución mediática y política absolutamente desproporcionada que se ha hecho contra estas personas, han alterado el propio concepto de libertad de expresión.
El debate artificialmente construido por las oligarquías (que ven amenazada su estabilidad) es más maniqueo que nunca y teniendo los medios de masas a su disposición resulta muy difícil romperlo. El discurso centra sus esfuerzos en convertir las movilizaciones pacíficas en extremismos, de tal forma que los partidos de derechas se autoproclaman de centro buscando demonizar a los que encarnan valores sociales. Les falta decir “¡Que vienen los rojos!”, aunque el efecto de que se piense que la izquierda es peligrosa les sigue funcionando. Vivir en una sociedad particularmente infantilizada (en parte por el mensaje machacón de la iglesia católica), que no asume su responsabilidad como actor político por miedo a la propia libertad, dificulta aún más el cambio profundo.
También hay algo distinto y, en parte, una evolución: ahora nos hemos visto obligadas a integrar la protesta en el día a día. Ha caído un velo que no puede volver a colocarse y ya no percibimos la crisis como algo coyuntural sino permanente en nuestras vidas. Se ha perdido en comodidad y se ha ganado en conciencia de clase. Podríamos decir que, en lugar de aquel “dormíamos, despertamos”, “roncábamos plácidamente, con babilla y todo, y nos tuvimos que despertar”.
¿Crees que estos movimientos tienen “límites intrínsecos”? ¿Qué se pudo hacer mejor? Las “grandes ausencias” en ellos (ausencia de jefes, de programa, de estructuras…), ¿han sido potencias o límites?
Uno de los límites de la protesta es la exigencia de la propia protesta. ¿Quién puede sostener los niveles de implicación y entrega que proponían las plazas? Al final, es un sujeto no dependiente, sano y normalmente joven, aunque una de las grandes revelaciones de estos cinco años han sido los Yayoflautas (pero, igualmente, son personas jubiladas, al final de su vida productiva). ¿Dónde queda toda la gente con jornadas extenuantes o personas a su cargo? Otro de los límites puede ser el lenguaje, que a veces se convierte en endogámico y sólo apela a un tipo de personas.
Que no hubiera líderes sigue siendo a día de hoy una de las grandes potencias del 15M ya que nos obligaba a cada una a representarnos a nosotras mismas. Ese cambio de foco (que sea otro el que dé la cara, que nos guíe, que nos cuente…) supone asimismo un cambio de paradigma en la asunción de responsabilidad. Acostumbradas a delegar y no siendo educadas en hacernos cargo de nuestra propia narración, resulta tremendamente fácil caer en la búsqueda del líder que trace las líneas por las que transitar. Sin embargo, al renunciar a esa representación (tan bien expresada en el grito de “no nos representan”), crecimos. Como individuos y como colectivo. Un movimiento sin líderes no puede ser descabezado.
¿Cómo ha sido la relación de las plazas con la política que aspira a representarla o expresarla o traducirla electoral, institucionalmente? (Syriza, Podemos, Bernie Sanders, etc.)
Cuando hablamos de representatividad deberíamos tener presente lo que recoge el artículo 23 de nuestra Constitución: “Los ciudadanos tienen el derecho a participar en los asuntos públicos, directamente o por medio de representantes, libremente elegidos en elecciones periódicas por sufragio universal”. El que haya nuevos actores políticos en las instituciones no debería cambiar el deseo de participación en la vida política del resto de personas, y no deberíamos obviar el hecho de que aparezca en primer lugar la participación directa, por delante de la representación.
El error es pensar que un partido (el que sea) nos debe representar más allá de como herramienta de entrada al sistema. Porque lo que estas personas deberían hacer al formar parte de la institución es representar unos valores con los que la mayoría de la población nos sintamos identificados. Entender que la democracia sólo puede ser articulada a través de las urnas y la representación es mutilar la idea de construir una sociedad de manera colectiva. Seguimos creyendo que la política es aquello que hacen los partidos y nos presentan a través de los medios de comunicación, cuando la política es todo lo que nos atraviesa en la vida y que debemos afrontar entre todas.
En el “tiempo del después”, es decir, cuando ya no existe la plaza llena, o el movimiento como centro de energía, cómo continuar sin deprimirse, sin nostalgia?
No debemos olvidar que ese “tiempo de después” se ha seguido trabajando en todo momento por parte de quienes pensamos que la llegada a las instituciones no supone el fin de la lucha. La potencialidad del 15M (esa energía transformadora y posibilitadora) ha tomado miles de formas y ha supuesto para muchas personas el creerse ese “sí se puede” colectivo (convertido en mero eslogan canibalizado por Podemos), que ha roto con el mensaje inculcado desde que somos pequeños contra la utopía, ese “no puedes cambiar el mundo”.
Si bien no habría que perder de vista la calle, la integración de las ideas a los hechos es el camino que toca y que ha tocado andar en el tiempo de “dispersión”. El trecho que va del discurso al hacer: cómo se ponen en marcha estructuras horizontales, de participación, de transparencia; cómo se integra en el vivir la ruptura del mito del capitalismo -no queremos ser mercancía y queremos poner en marcha mundos donde otras realidades, como la de la economía social puedan tener cabida y legitimidad; cómo crecer en empoderamiento en los barrios; cómo seguir poniendo en práctica los feminismos y los cuidados en nuestra cotidianidad, la acción directa, la creatividad en las acciones…
Y comprender que hay dos ritmos, siempre, asonantes: el de lo social y el de lo institucional. Y ahí, la ciudadanía siempre lleva la delantera.
¿Qué os sirvió de lo que visteis o supisteis que ocurría en otras plazas? ¿Qué crees que a otras plazas podría servirle de la experiencia de la tuya? ¿Tienes algún mensaje para ellas?
Sentimos que hemos crecido. Y ahora somos conscientes de que la vida no es más que un proceso en el que, unas veces por las resistencias lógicas al cambio y otras (las más) por miedo a lo que no entendemos, nos aferramos a una imagen estática e inmutable de nosotras mismas y de la realidad que nos rodea. Cinco años después de aquel 15M hemos transformado parte de nuestro discurso y nuestra forma de entender las cosas. Sabemos que la escucha, incluso desde el disenso, es necesaria para no convertir la vida en un combate maniqueo y vacío. Sabemos que el feminismo y los cuidados son centrales para que esta sociedad capitalista, consumista e individualista cambie. Y es necesario romper las dinámicas eminentemente productivas para atender como es necesario a las reproductivas.
El 15M nos atravesó e hicimos propios ciertos discursos que nos sedujeron, abrieron nuestra mente y nos permitieron situarnos en otro plano individual y colectivo. Nos ayudó a madurar, a cuestionarnos y a sabernos acompañadas. También sabemos que este nuevo mapa de realidad no es inmutable y es importante que así sea para poder seguir aprendiendo y creciendo.
Este artículo ha sido escrito por las compañeras Patricia Horrillo y Silvia Nanclares para la revista Alexia, con licencia Creative Commons.