Expressa’t: La CUP catalana sucumbe ante el electoralismo

La CUP pacta el reflotamient polítco de los representantes históricos de la burguesía catalana.

Imatge: món.cat

Imatge: món.cat

El pasado sábado, cuando estaba a punto de agotarse el plazo institucional para evitar una nueva convocatoria de elecciones en Catalunya, el presidente en funciones de esa Comunidad anunciaba que voluntariamente renunciaba a nominarse a la candidatura de la presidencia de la Generalitat. Artur Mas fue sustituido este mismo domingo por un hombre de su partido y que goza de su plena confianza. El alcalde de Girona, Carles Puigdemont.

Simultáneamente a este anuncio realizado por  Mas, fue dado a conocer el pacto entre la “Junts pel Sí” y la CUP,  por el que se puso fin al
“punto muerto” que desde septiembre había bloqueado la situación institucional catalana.

La verdad es que el partido que genuinamente había representado durante décadas los intereses de la burguesía catalana, Convergencia, se encontraba ante una situación crítica, casi terminal. Acosado por los numerosos escándalos de corrupción de dimensiones multimillonarias que
habían protagonizado sus más altos dirigentes históricos,  su porvenir se presentaba  preñado de nubarrones.

La existencia de esa pirámide de corrupción no era un secreto para nadie en Catalunya.  Sin embargo, con  la complicidad del gobierno de Madrid, las maniobras de las propias instituciones y partidos catalanes, así como con  la conspiración de silencio del que fueron partícipes todos los medios de comunicación del Estado, la burguesía catalana había logrado evitar durante decenios  que el saqueo fuera de conocimiento  público.

La crisis de la burguesía catalana ha sido también la de todo el Estado.

En cualquier caso,  en Catalunya no ha sucedido nada diferente a lo que se ha producido en el resto del Estado. En las instancias institucionales de una y otro la corrupción ha sido una práctica común. En ella ha estado envuelto el conjunto del aparato político nacido de Constitución de 1978. El Rey, la judicatura, los partidos que se han turnado en la Administración del Estado, los sindicatos, la patronal y ahora, poco a poco, empezamos a conocer también aspectos relacionados con graves irregularidades en el seno del Ejército. Tanto en un lugar como en el otro, sus respectivas burguesías aparecen hoy ante los ojos de la gente como responsables de la presente debacle.

Si embargo, en el imaginario de ciertos ámbitos de la  izquierda del Estado español   existía la esperanza de que, a diferencia de lo que sucedía
en otros lugares,  en Cataluña se contaba con la presencia de una fuerza realmente anticapitalista que estaba poniendo en un fuerte aprieto a los
representantes institucionales de la burguesía catalana.

La realidad ha demostrado, no obstante, ser bien distinta. En el conflicto que se ha planteado en Catalunya estos últimos meses han teminado prevaleciendo otros intereses por encima de los de las clases sociales que han sido duramente castigadas por la crisis económica capitalista. El pasado sábado, después  de escenificar durante meses unas patéticas negociaciones con la “Junts pel Sí” o de realizar cabriolas simulando empates asamblearios matemáticamente imposibles de alcanzar, la CUP firmó un pacto con Convergencia cuyas cláusulas no pueden sino provocar  sonrojo y vergüenza. De su contenido damos cuenta en un archivo adjunto a este mismo artículo.

Atrapados por el electoralismo

Más allá de las cuitas que han rodeado todo este rocambolesco proceso político, resulta imprescindible preguntarse cuál es la razón por la que una organización que la prensa bautizaba  como antisistema  ha terminado prestándose servilmente a jugar el papel  de balón de oxígeno de una
burguesía que se estaba empezando a ahogar en los vómitos  de sus propias contradicciones.

La respuesta a esta crucial  pregunta tiene hoy una relevante importancia. No solo por lo que pasa en Catalunya sino también por lo que sucede en las organizaciones que se reclaman pertenecientes a la izquierda en el resto del Estado. En el caso la CUP catalana  intervienen múltiples factores específicos, entre los que se encuentra  el mismo fenómeno independentista, el origen social y la trayectoria política de quienes integran esa organización, su heterogeneidad ideológica, su estructura orgánica,  etc.   Pero lo que ha sido determinante, sin duda, en esta rendición incondicional de la CUP frente  a quienes consideraban justamente como sus “enemigos de clase”,  es haber sido atrapados por una concepción electoralista en su práctica política. En Catalunya, como en el resto del Estado, el electoralismo está condicionando todos los procesos sociales y políticos que se han ido generando  a partir del  2008. La movilización y la organización social ha perdido su lugar en la agenda de los partidos de la “izquierda”.

El espejismo de las elecciones se ha convertido para  las organizaciones de la “izquierda”  estatal en fundamento esencial de su propia existencia. En ellas se  trabaja políticamente  para los “electores”, no para la organización y movilización de las clases sociales a las que se pretende representar.

Para atraer votos se readaptan los mensajes, se cambian los programas, se elige el perfil de los candidatos y, también, el de los dirigentes. Cuando se pierden unas elecciones, no se analizan las razones que han distanciado la actividad de la organización de las masas que la apoyaban, sino que, como remedio, se propone un cambio de “look”, una sustitución de las caras visibles del partido por otras que resulten más agradables a los ojos del  electorado. El  marketing electoral de los partidos burgueses se ha hecho con la táctica y  la estrategia de las organizaciones que dicen representar los intereses populares. El ritmo cambiante de las encuestas es el que marca indefectiblemente el rumbo político que debe tomar la organización.

Pero lo más paradójico del fenómeno electoralista es que quienes se encargan de formar ideológicamente a la llamada “opinión pública” no son los aparatos de propaganda  de los  partidos de la “izquierda”, sino el gran complejo mediático en manos de la Banca  y de las altas finanzas. ¿Cómo lograr con este tipo de condicionantes que el electorado  disponga  de una herramienta que le permita detectar la orientación implícita que contienen los mensajes que diariamente emiten sus enemigos objetivos?

En la enloquecedora competencia que suscita la desigual rivalidad electoral, no muchos parecen darse cuenta de que en una batalla jugada en ese terreno el desenlace será siempre y en última instancia,  la derrota… salvo que se acepte doblegarse  a las reglas de juego impuestas por el sistema  y, consecuentemente,  se renuncie  a cualquier proyecto político de cambio real.

Para aquellos que aspiran a revolucionar la sociedad, a cambiar sus bases y construir una sociedad nueva, la batalla no empieza ni termina en los procesos electorales. Estos  no son objetivos esenciales. Son apenas un medio utilizable en la medida que contribuyan a mejorar la correlación de fuerzas para en la lucha popular.

Las organizaciones que equivocadamente lo entendieron de otra manera acabaron invariablemente en el fracaso, cuando no en el drama. Y ello es así porque la capacidad de maniobra de las clases hegemónicas que dominan  los resortes del poder real incluye, ultima ratio, el recurso de la fuerza. E históricamente nunca dejaron de usarla cuando estimaron que era necesario.

La lucha de clases que invariablemente tiene lugar en el seno de una sociedad capitalista, no es un juego de salón que pueda resolverse bajo los marcos institucionales de un Parlamento. Al imponente poder de la burguesía hay que contraponerle el poder de las clases populares. Y ese hay que construirlo necesariamente día a día, en las fábricas, en los barrios, entre los parados, en las universidades. Ese trabajo político no tiene atajos. Mientras ese poder no esté organizado, las filigranas parlamentarias no serán más que inútiles juegos de salón, que solo sirven para engañar a los ingenuos  y promover a los pícaros en su estatus social.

En la vía de la institucionalización

Lo que sucedió este fin de semana en Cataluña no responde, pues, a ningún enigma indescifrable. La CUP catalana no ha podido sustraerse a la
poderosa capacidad de arrastre de la práctica electoralista, si alguna vez realmente se lo propuso. La dirección de la CUP hizo sus cálculos y llegó a la conclusión de que electoralmente rentaba más proporcionar oxígeno a su burguesía autóctona, aunque ello a la postre signifique la pérdida de su identidad. ¿No es eso lo que le ha sucedido también al PCE, a IU, a Podemos y, en un lejanísimo pasado, al mismo PSOE histórico? La historia  de la segunda mitad del siglo XX y  de principios del XXI está repleta de este tipo de casos, en cualquier país o continente.

No cabe duda de que la  CUP ha firmado  un compromiso traidor con el establishment.  Pero es  igualmente cierto  que ha dado el primer paso hacia su propia  fagocitación por el sistema. A partir de ahora solo les queda por delante un camino sembrado de renuncias y concesiones. En momentos como estos solo cabe desear que la indignación de sus antiguos seguidores  no los deje vivir en paz.

Article de Máximo Relti.

Comparteix: