Sobre la modificación de la ley del aborto

Estos días asistimos a un espectáculo bochornoso sabiamente orquestado en la sombra por el PP, la Conferencia episcopal y los grupos afines a la derecha española en general, a propósito de la reforma de la Ley del Aborto. Y digo en la sombra porque aunque el PP y la Conferencia Episcopal no han convocado la manifestación contra el aborto que se celebra hoy en Madrid, un buen número de sus miembros más destacados han confirmado su asistencia al acto. Es lamentable que se pretenda obtener un beneficio electoral haciendo demagogia de un tema como este y criminalizando a los profesionales que practican interrupciones voluntarias de embarazos, las mujeres que se someten a estas intervenciones y las personas que estamos a favor de la despenalización del aborto.

El motivo que deberíamos entender como fundamental para comprender la necesidad de esta reforma es que el aborto se ha practicado repetidamente a lo largo de la historia, cobrándose cientos de victimas ya que al ser una practica sin un correcto amparo legal, a menudo se llevaba a cabo por personas sin los conocimientos médicos necesarios para tal práctica. El aborto se ha desarrollado de forma lucrativa durante años poniendo en riesgo la vida y la seguridad de las mujeres que por algún motivo decidían interrumpir su embarazo. Incluso, de forma completamente doméstica, las mujeres han intercambiado información y “trucos” para interrumpir la gestación, a saber “tómate una cerveza caliente, salta desde tres metros, introduce una aspirina en la vagina, hazte un lavado vaginal con hervido de ápio…” todo ello con sus correspondientes riesgos para la salud de las mujeres.

No debemos olvidar que se trata de una reforma de la Ley del Aborto, no es un postulado sobre conducta moral, estilo de vida o hábitos sexuales. Muy en la línea moralista el principal caballo de batalla en el que se están apoyando los colectivos contrarios al aborto es el de la posibilidad de abortar sin el consentimiento de los padres a partir de los 16 años. No hay que olvidar que a esa edad ya se puede contraer matrimonio, decidir el someterse o no a un tratamiento médico, trabajar o solicitar la emancipación. La decisión de ser madre o no es perfectamente equiparable. Se podría hacer más de una reflexión sobre los motivos que llevan a una joven a prescindir del apoyo familiar en una situación así, pero como, insisto, esto no va de dar lecciones de moralidad, al menos es tranquilizador saber que no va a estar sola, ya que va a tener todo el apoyo profesional necesario. Se trata de una Ley para garantizar la seguridad y la dignidad de las mujeres que se someten a esta práctica y la de los profesionales que la ejercen. Afirmaciones como que esta ley “promueve el asesinato” son tan obscenas como decir que las minifaldas promueven el abuso sexual.

La interrupción voluntaria del embarazo es una solución extrema y no resulta agradable, como no resulta agradable extraerse una muela o hacer quimioterapia. No se puede hacer un juicio banal con argumentos del tipo “que acarree con las consecuencias de sus actos”, como si el embarazo fuera un castigo por haber mantenido relaciones sexuales. Evidentemente, hay que promover la educación sexual, la fluida comunicación entre padres e hijos para abordar el tema de la sexualidad, el acceso a los métodos anticonceptivos… pero eso no puede ser incompatible con darle el derecho a una mujer para interrumpir su embarazo a partir de los 16 años sin dar explicaciones a nadie, sin ser sometida a un juicio social, sin agrandar las cuentas de las clínicas privadas que te ofrecían la posibilidad de abortar acogiéndote al antiguo tercer supuesto. Porque se trata de su cuerpo, de su útero. No es de la Conferencia Episcopal, ni del PP, ni de sus padres, ni de los hombres con que se acueste, ni del feto que pueda crecer en él. Es suyo. Y no podemos exigirle a una mujer que ponga su útero al servicio de una ideología o unas convicciones morales o religiosas.

Quiero finalizar este artículo mostrando mi solidaridad, respeto y también agradecimiento hacia todos aquellos profesionales que durante años, sin ánimo de lucro y sin el amparo legal necesario, pusieron en riesgo sus carreras, ayudando a mujeres a abortar con garantias médicas. Ellos lo hicieron en conciencia, dando respuesta a lo que era un derecho legítimo de la mujer. Y como no, a todas las mujeres que firmaron sus libros de visita para dejar constancia de una voluntad real de regular el aborto y despenalizarlo, asumiendo todos los riesgos. Esas listas nunca deberían haber sido necesarias.

Contxi Haro.

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